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Lo que otros han dicho
de la librería (por orden cronológico): |
A MI LIBRERO
Hay un galeno de almas en mi pueblo.
Prescribe terapéuticas delicias
ocultas entre pastas en un libro,
y aún no se si te cobra o te regala.
Sé que no es un librero...
Duende en risa, hechicero en su
magia,
un sabio misterioso que se esconde
en casulla de honesto vendedor.
Yo me pierdo en su casa.
Un humilde tabuco disimula
laberinto de infinitas estancias
celada gruta del saber y el gozo
que atesora la deseada joya
protegida en su cábala.
Pídele cualquier cosa
que el solicito atiende tu reclamo
satisfaciendo apremio,
dando rienda a deseos que tu
ignorabas.
O piérdete en su embauco...
sueña el sueño escondido tras sus
ojos
forjado en la lectura apasionada.
El no ha de traicionar tu confianza.
Menchu
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(Miguel Ángel - 29 de abril de 2008)
LA LIBRERÍA DE LA
FUENTE RIVERA
Ocupa un
minúsculo local
en
Doctor González Serrano, 20.
recoleta, angosta, esquina casi
invisible.
Se halla
al final de la cuesta,
viniendo
desde oriente o septentrión.
Luminoso
rosicler, tres ventanas,
una
puertecita pintada de negro,
suena
una campanilla al entrar.
Minúsculo recinto, tras el mostrador
abierto
la ancha
sonrisa, vivaces ojos, melena
leonina, aunque parva.
Apilada
en los estantes, habitando los
anaqueles,
comprimida en los embalajes
se
ofrece, fruta jugosa, la más variada
literatura.
Rincón
acogedor, a la izquierda la escalera
de caracol.
El
librero, solícito, aconseja,
comenta, empaqueta,
la caja
registradora suena
con un
timbrazo amistoso.
El Hogar
de la Literatura en Colmenar
convoca
en su seno la inesperada tertulia
literaria, la preside el último en
llegar, punto
de
encuentro representa para los
lectores y literatos
de
desigual fortuna,
hablando
de las Musas, la Memoria
habitando la estancia.
Un viejo
aparato salmodia
variada
música de desigual resonancia, la
palabra amable
se deja
oír, sale uno
luego de
mercar literaria mercaduría,
con la
sonrisa del librero repetida en la
propia.
En
Colmenar hallará usted su librería
amiga
si mira
más allá del cristal, el librero
nunca
descansa, lo encontrará
laborando hasta bien entrada la
noche,
la
mañana lo sorprenderá con su luz
dormida.
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(Teo en
www.teoweb.es
"Mi ruta de las librerías" - noviembre
2007)
La
Librería de la Fuente Rivera
«Una
librería curiosa que solo
conocemos, de momento, los
aficionados a la lectura que
vivimos en Colmenar Viejo. Es
imposible meter tantos libros en
tan poco espacio, pero su
curiosidad radica más bien en el
librero. Como es lógico, a veces
estarás de acuerdo con sus
sugerencias o sus opiniones
literarias, y a veces no, pero
siempre saldrás con la sensación
de haber tenido una conversación
agradable. En cuanto se quede
con tu cara, en el siguiente
libro que le compres te hará
algún descuento y si necesitas
algún libro perdido, él te lo
consigue. Ten cuidado porque si
te dejas llevar, te lo vende
todo. Es un buen librero, pero
además es un magnífico vendedor.»
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Vuestras cosas (por
orden cronológico): |
SACANDO A LOS TÍTERES
DE PASEO
Relato de: Miguel Ángel Bárbulo
Fernández
(hacer clic en la
dedicatoria para verlo en formato pdf)
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El librero que no
podía salir
Maite Encabo
A mi librero sus paisajes de letras
reparten sueños
Jose abrió
tan despacio la puerta que la campanilla
apenas sonó. La librería, situada en una
esquina de la calle empedrada, esconde
su entrada entre las paredes del
chaflán. Desde allí solo se ve el
callejón que desemboca enfrente y dos
portales. En el escalón estiró el cuello
para mirar a la izquierda, donde se
inicia la cuesta que acaba en la calle
Mayor, pero ni siquiera pudo ver la
ventana enrejada de la tienda. No llegó
a poner el pie en la acera, en cuanto
notó el sudor frío en la frente volvió a
entrar.
Trató de concentrarse en los albaranes
sin conseguirlo. No dejaba de pensar en
la invitación de Andrés, y aunque el
chico se había puesto a ojear un libro
con su amigo sin dar mayor importancia
al tema, estaba seguro de que le había
contrariado su respuesta. Se dijo que un
chaval de diez años olvida pronto y pasa
a otras cosas. Aun así, le entristecía
el silencio que se había producido, y
se reprochaba que su absurda limitación
pudiera poner una barrera en la relación
con Andrés. De todos los chicos del
colegio que iban por allí, a él le tenía
un especial cariño.
- Pero Jose, por un sábado que cierres
antes no va a pasar nada. La función es
a las siete -le había dicho suplicante.
- Lo siento, de veras que lo siento
mucho, pero no voy a poder ir -le
respondió apenado.
- Ya sé lo que pasa, no te apetece nada
lo del Belén y todo eso. No me extraña,
pero te vas a llevar una sorpresa
porque este año será distinto. Le
propuse a la profe hacer otra cosa y le
gustó. Adivina, el protagonista es el
Rey Leoncio.
- Pues..., no sé Andrés. Dime el título.
- No puedo, será una sorpresa. Sólo te
diré que el libro salió de aquí. No
puedes faltar Jose, te prometo que te
divertirás.
- Me encantaría verte subido al
escenario, hicieses lo que hicieses.
- Entonces venga, anímate -insistió.
Jose le había mostrado otro libro más
sin responderle, pero Andrés no dejaba
de mirarle. Afortunadamente el silencio
incómodo que les había envuelto fue roto
por el compañero del chaval, que
impaciente, tiraba de su brazo y le
instaba a que se fueran.
El librero suspiró cuando se quedó solo
con sus libros. Aquel paisaje era el
suyo, no había nada que hacer. Fuera...,
no podía saber lo que pasaba fuera, y no
le interesaba. Simplemente era así, era
su vida desde siempre y se sentía cómodo
en ella. Sólo cuando el mundo tiraba de
él, y el mundo era, más allá de su
librería, la gente que le enternecía
como Andrés, sentía que aquel miedo no
era muy normal. Claro que esas personas
no existirían sin aquel espacio lleno de
libros.
Con la espalda doblada y la melena
entrecana sombreando sus ojos Jose
meditaba sobre estas cosas, cuando oyó
la pequeña campanilla de la puerta. La
señora Milagros entró haciendo chocar el
marco de hierro negro contra una pila de
libros.
- Ay Jose, nunca me acostumbraré. Dentro
de unos años no podré sortear todo lo
que tienes por el suelo, mis piernas
van perdiendo agilidad -se quejó la
mujer mientras caminaba por el estrecho
espacio que tenia.
- Lo siento -se apresuró el librero a
salir de detrás del mostrador para
ayudarla-. Acabo de recibir estas cajas
y todavía no he podido vaciarlas.
La señora Milagros sonrió
condescendiente. El pequeño local
siempre presentaba el mismo aspecto,
abarrotado de libros. En las librerías
que cubrían las cuatro paredes, en las
mesitas bajas delante de los estantes,
en el suelo cajas llenas, por supuesto
en el mostrador se apilaban las últimas
novedades, que el librero había ido
enseñando una tras otra a todos sus
clientes. Hasta en la escalerita de
caracol, que subía a un misterioso piso,
había libros decorando todos sus
escalones.
- Bueno, no te preocupes. Se me ha
acabado la provisión, a ver qué me
enseñas.
A Jose se le distendió la cara y sus
ojos brillaron. Empezó a sacar libros de
aquí y de allá, sonriente le mostraba
todo aquello que pensaba le podía gustar
a la señora Milagros. Ella abría libros
y leía las reseñas sin prisa y Jose se
acordaba de algo que le encajaría.
«Tengo una joyita de Pérez Galdós que
acaban de reeditar. Sí, creo que la
tengo arriba»Y se apresuró a subir la
escalerita de caracol, encogiendo la
espalda para que su altura no chocara
con el techo. Enseguida bajó consternado
colocándose la melena detrás de las
orejas. «No lo encuentro, sé que está
por ahí, pero... Se lo busco y se lo
guardo, Milagros, para el próximo día
que venga»
Cuando la mujer escogió sus libros se
fue, no sin antes comentar la mañana tan
bonita que hacía y recomendándole que
saliera a tomar el aire. Le veía muy
pálido. Jose la vio bajar la calle a
través del cristal de la ventana
enrejada, por un momento sintió el calor
del sol en su cara y pensó en Andrés,
que a esa hora estaría jugando al fútbol
con sus amigos en el patio del colegio.
Durante la semana, el chico todavía pasó
por la librería un par de veces. Se
presentó allí por la tarde, al salir de
clase y sólo. Como siempre, se demoró
pasando las páginas de los libros que le
llamaban la atención. Jose, enfrascado
en sus cuentas detrás del mostrador,
veía, como de vez en cuando le observaba
de reojo. Notaba su indecisión, y sabía
que no tardaría mucho en volver a
hablarle de la función de teatro. Pero
Andrés no parecía decidirse. Fue el
librero, quién temeroso de que
nuevamente el silencio se instalara
entre ellos, sacó el tema.
- ¿Qué tal van los ensayos, Andrés?
- Bien, muy bien. ¿Ya sabes de que libro
se trata?
- Pues la verdad es que no. Dame otra
pista.
- No, nada de eso. Vas a tener que venir
para saberlo.
Andrés se le quedó mirando con una
interrogación en los ojos, pero no hubo
respuesta. Estaba seguro de que le
gustaba al librero, incluso de que le
tenía cariño. Algo pasaba para que no
quisiera ir a verle, y los ojos apenados
con los que Jose le miraba, le hicieron
pensar que si no iba era por algo ajeno
a él. El día antes de la representación
tuvo la certeza.
El viernes, la lluvia y el frío dejaron
al anochecer alguna capa de hielo.
Cuando Andrés cruzaba la calle al salir
de la librería, su pie resbaló y cayó al
suelo. Jose, que miraba a través de los
cristales, le vio dar de bruces en medio
de la calzada. Rápidamente cruzó el
pequeño espacio, saltó por encima de
pilas de libros y salió. Andrés oyó la
campanilla de bronce y vio cómo el
librero se frenaba en el escalón que da
a la calle, mirándole con ansiedad.
- ¿Te has hecho daño? ¿Estás bien?
El chico se quedo quieto, sin hacer
intención de levantarse. Jose, parado en
la puerta, se colocaba la melena detrás
de las orejas, sintiéndose más desvalido
que el chaval que, desde el suelo, le
observaba con curiosidad. Sus ojos iban
inquietos de Andrés, sentado en medio de
la calzada, a la calle. Miraba a derecha
e izquierda, luego dio un paso atrás y
volvió la cabeza hacía el interior de la
librería. Andrés se levantó por fin
diciéndole que no era nada, sólo el
golpe. «No te preocupes, hasta mañana»
le dijo despidiéndose con la mano.
El sábado amaneció un día soleado. Pero
el librero, detrás del mostrador, no
sentía el calor del sol a través de los
cristales. Metido en sus pensamientos se
decía que era un cobarde, iba a fallar a
un chico estupendo y ni siquiera sabía
muy bien porqué. Se sorprendió cuando
después del sonido de la campanilla, le
llegó la voz alegre de Andrés.
- Hola Jose -le saludó desde la puerta
entreabierta-. Necesito que me ayudes a
meter unas cosas-. Y sin esperar
respuesta volvió a salir.
Jose dudó, pero no tuvo valor para negarse y siguió a Andrés a ver de que se
trataba. Cuando estaba parado en el escalón una mano tiró de él desde su
izquierda y se encontró, sin más, en medio de la calle, enfrentado a la pared.
Pero no vio el muro de ladrillos rojos de siempre. Antes de poder reaccionar
unas letras grandes y negras le invadieron.
Oigamos ahora, sin mover ni un ojo, la famosa invasión de
Sicilia por los osos.
Sucedió en los tiempos de
Maricastaña cuando las bestias son
buenas y el hombre no
engaña. En aquellos tiempos Sicilia
no era como ahora, sino de otra
manera....
El librero
siguió leyendo en las resmas de papel
colgadas del muro. Enseguida reconoció
la obra de Dino Buzzati, él se lo había
dicho: el Rey Leoncio, el gran rey oso
que conquistó Sicilia. Fue el primer
libro que había recomendado a Andrés.
Reía mientras sus pasos, sin darse
cuenta, avanzaban por la calle y sus
labios dibujaban las letras. Su amigo,
que reía también a su espalda, se colocó
a su lado, le cogió la mano y le fue
llevando mientras leía en voz alta. El
librero, pegados los ojos en los pliegos
que cubrían las paredes y compartiendo
la lectura, llegó a la calle Mayor,
cruzó la plaza y entró con Andrés en el
colegio.
Maite Encabo
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