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ÍNDICE COMPLETO DE ESTA SECCIÓN

Como veis, esta sección va creciendo con vuestras cosas. Por eso hemos decidido ponerle un índice que os ayude a encontrar todo lo interesante que va quedando escondido por los estantes:

 


MARCAPÁGINAS / EX LIBRIS
(todas las imagenes utilizadas para la serie "El libro en el arte" pertenecen al dominio público)

(noviembre 2011)
Colección de puntos de lectura: "El libro y el arte".
En esta entrega dedicamos los puntos de lectura a Juan Gris. los dos primeros tienen el mismo título: "El libro", y los otros dos llevan por título "El libro abierto" y "El libro y la pipa".
Haciendo clic en las miniaturas se pueden descargar en formato PDF imprimible.

(agosto 2011)
Tres marcapáginas más para nuestra colección: "Filósofo leyendo" de Rembrandt, "El ratón de biblioteca" de Carl Spitzweg y "Leyendo al abuelo" de Albert Anker.
Haciendo clic en las miniaturas se pueden descargar en formato PDF imprimible.

(abril 2011)
Cuatro marcapáginas más para seguir completando nuestra colección:
"El libro en el arte".
Los cuatro representan obras del pintor suizo Albert Anker.
Haciendo clic en las miniaturas se pueden descargar en formato PDF imprimible.

(diciembre 2010)
Seguimos con nuestra colección de marcapáginas "El libro en el arte". En esta ocasión tenemos dos obras de Goya: "Esto sí que es leer" (aguafuerte) y una de sus pinturas negras "Hombres leyendo". Además como hemos tardado más de lo previsto en añadir marcapáginas a la colección, incluimos también "El conocedor", una obra de Honoré Daumier.
Haciendo clic en las miniaturas se pueden descargar en formato PDF imprimible.


 

 

(junio 2010)
Iniciamos con estos dos marcapáginas una serie en la que iremos viendo cómo se refleja el mundo del libro en el arte. Estos dos primeros marcapáginas se los dedicamos a Renoir, los dos cuadros llevan el mismo título: "Muchacha leyendo".
Haciendo clic en las miniaturas se pueden descargar en formato PDF imprimible.

01 02 reverso

(abril 2010)
Inauguramos esta sección con un regalito para nuestros visitantes. Unos marcapáginas y su reverso y unos ex libris.
Haciendo clic en las miniaturas se pueden descargar en formato PDF imprimible.


Ex libris de la librería

Ex libris con detalle de una obra de Sebastian Stoskopff

Ex libris con detalle de una obra de Van Gogh

 

Lo que otros han dicho de la librería (por orden cronológico):

 

A MI LIBRERO

Hay un galeno de almas en mi pueblo.
Prescribe terapéuticas delicias
ocultas entre pastas en un libro,
y aún no se si te cobra o te regala.

Sé que no es un librero...
Duende en risa, hechicero en su magia,
un sabio misterioso que se esconde
en casulla de honesto vendedor.

Yo me pierdo en su casa.
Un humilde tabuco disimula
laberinto de infinitas estancias
celada gruta del saber y el gozo
que atesora la deseada joya
protegida en su cábala.

Pídele cualquier cosa
que el solicito atiende tu reclamo
satisfaciendo apremio,
dando rienda a deseos que tu ignorabas.

O piérdete en su embauco...
sueña el sueño escondido tras sus ojos
forjado en la lectura apasionada.
El no ha de traicionar tu confianza.

Menchu

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(Miguel Ángel - 29 de abril de 2008)

LA LIBRERÍA DE LA FUENTE RIVERA

Ocupa un minúsculo local

en Doctor González Serrano, 20.

recoleta, angosta, esquina casi invisible.

Se halla al final de la cuesta,

viniendo desde oriente o septentrión.

Luminoso rosicler, tres ventanas,

una puertecita pintada de negro,

suena una campanilla al entrar.

Minúsculo recinto, tras el mostrador abierto

la ancha sonrisa, vivaces ojos, melena leonina, aunque parva.

Apilada en los estantes, habitando los anaqueles,

comprimida en los embalajes

se ofrece, fruta jugosa, la más variada literatura.

Rincón acogedor, a la izquierda la escalera de caracol.

El librero, solícito, aconseja, comenta, empaqueta,

la caja registradora suena

con un timbrazo amistoso.

El Hogar de la Literatura en Colmenar

convoca en su seno la inesperada tertulia

literaria, la preside el último en llegar, punto

de encuentro representa para los lectores y literatos

de desigual fortuna,

hablando de las Musas, la Memoria

habitando la estancia.

Un viejo aparato salmodia

variada música de desigual resonancia, la palabra amable

se deja oír, sale uno

luego de mercar literaria mercaduría,

con la sonrisa del librero repetida en la propia.

En Colmenar hallará usted su librería amiga

si mira más allá del cristal, el librero

nunca descansa, lo encontrará

laborando hasta bien entrada la noche,

la mañana lo sorprenderá con su luz dormida.

 

 

 

 

 

 

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(Teo en www.teoweb.es "Mi ruta de las librerías" - noviembre 2007)

La Librería de la Fuente Rivera

«Una librería curiosa que solo conocemos, de momento, los aficionados a la lectura que vivimos en Colmenar Viejo. Es imposible meter tantos libros en tan poco espacio, pero su curiosidad radica más bien en el librero. Como es lógico, a veces estarás de acuerdo con sus sugerencias o sus opiniones literarias, y a veces no, pero siempre saldrás con la sensación de haber tenido una conversación agradable. En cuanto se quede con tu cara, en el siguiente libro que le compres te hará algún descuento y si necesitas algún libro perdido, él te lo consigue. Ten cuidado porque si te dejas llevar, te lo vende todo. Es un buen librero, pero además es un magnífico vendedor.»

 

 

Vuestras cosas (por orden cronológico):

SACANDO A LOS TÍTERES
DE PASEO

Relato de: Miguel Ángel Bárbulo Fernández
(hacer clic en la dedicatoria para verlo en formato pdf)

 

 

 

 

 

 

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El librero que no podía salir
Maite Encabo

A mi librero
sus paisajes de letras
reparten sueños

Jose abrió tan despacio la puerta que la campanilla apenas sonó. La librería, situada en una esquina de la calle empedrada, esconde su entrada entre las paredes del chaflán. Desde allí solo se ve el callejón que desemboca enfrente y dos portales. En el escalón estiró el cuello para mirar a la izquierda, donde se inicia la cuesta que acaba en la calle Mayor, pero ni siquiera pudo ver la ventana enrejada de la tienda. No llegó a poner el pie en la acera, en cuanto notó el sudor frío en la frente volvió a entrar.

Trató de concentrarse en los albaranes sin conseguirlo. No dejaba de pensar en la invitación de Andrés, y aunque el chico se había puesto a ojear un libro con su amigo sin dar mayor importancia al tema, estaba seguro de que le había contrariado su respuesta. Se dijo que un chaval de diez años olvida pronto y pasa a otras cosas. Aun así, le entristecía el silencio que se había producido, y se  reprochaba que su absurda limitación pudiera poner una barrera en la relación con Andrés. De todos los chicos del colegio que iban por allí, a él le tenía un especial cariño.

- Pero Jose, por un sábado que cierres antes no va a pasar nada. La función es a las siete -le había dicho suplicante.

- Lo siento, de veras que lo siento mucho, pero no voy a poder ir -le respondió apenado.

- Ya sé lo que pasa, no te apetece nada lo del Belén y todo eso. No me extraña, pero te vas a llevar  una sorpresa porque este año será distinto. Le propuse a la profe hacer otra cosa y le gustó. Adivina, el protagonista es el Rey Leoncio.

- Pues..., no sé Andrés. Dime el título.

- No puedo, será una sorpresa. Sólo te diré que el libro salió de aquí. No puedes faltar Jose, te prometo que te divertirás.

- Me encantaría verte subido al escenario, hicieses lo que hicieses.

- Entonces venga, anímate -insistió.

Jose le había mostrado otro libro más sin responderle, pero Andrés no dejaba de mirarle.  Afortunadamente el silencio incómodo que les había envuelto fue roto por el compañero del chaval, que impaciente, tiraba de su brazo y le instaba a que se fueran.

El librero suspiró cuando se quedó solo con sus libros. Aquel paisaje era el suyo, no había nada que hacer. Fuera..., no podía saber lo que pasaba fuera, y no le interesaba. Simplemente era así, era su vida desde siempre y se sentía cómodo en ella. Sólo cuando el mundo tiraba de él, y el mundo era, más allá de su librería, la gente que le enternecía como Andrés, sentía que aquel miedo no era muy normal. Claro que esas personas no existirían sin aquel espacio lleno de libros.

Con la espalda doblada y la melena entrecana sombreando sus ojos Jose meditaba sobre estas cosas, cuando oyó la pequeña campanilla de la puerta. La señora Milagros entró haciendo chocar el marco de hierro negro contra una pila de libros.

- Ay Jose, nunca me acostumbraré. Dentro de unos años no podré sortear todo lo que tienes por el  suelo, mis piernas van perdiendo agilidad -se quejó la mujer mientras caminaba por el estrecho espacio que tenia.

- Lo siento -se apresuró el librero a salir de detrás del mostrador para ayudarla-. Acabo de recibir  estas cajas y todavía no he podido vaciarlas.

La señora Milagros sonrió condescendiente. El pequeño local siempre presentaba el mismo aspecto,  abarrotado de libros. En las librerías que cubrían las cuatro paredes, en las mesitas bajas delante de los estantes, en el suelo cajas llenas, por supuesto en el mostrador se apilaban las últimas novedades, que el librero había ido enseñando una tras otra a todos sus clientes. Hasta en la escalerita de caracol, que subía a un misterioso piso, había libros decorando todos sus escalones.

- Bueno, no te preocupes. Se me ha acabado la provisión, a ver qué me enseñas.

A Jose se le distendió la cara y sus ojos brillaron. Empezó a sacar libros de aquí y de allá, sonriente le mostraba todo aquello que pensaba le podía gustar a la señora Milagros. Ella abría libros y leía las reseñas sin prisa y Jose se acordaba de algo que le encajaría. «Tengo una joyita de Pérez Galdós que acaban de reeditar. Sí, creo que la tengo arriba»Y se apresuró a subir la escalerita de caracol, encogiendo la espalda para que su altura no chocara con el techo. Enseguida bajó consternado colocándose la melena detrás de las orejas. «No lo encuentro, sé que está por ahí, pero... Se lo busco y se lo guardo, Milagros, para el próximo día que venga»

Cuando la mujer escogió sus libros se fue, no sin antes comentar la mañana tan bonita que hacía y  recomendándole que saliera a tomar el aire. Le veía muy pálido. Jose la vio bajar la calle a través del cristal de la ventana enrejada, por un momento sintió el calor del sol en su cara y pensó en Andrés, que a esa hora estaría jugando al fútbol con sus amigos en el patio del colegio.

Durante la semana, el chico todavía pasó por la librería un par de veces. Se presentó allí por la tarde, al salir de clase y sólo. Como siempre, se demoró pasando las páginas de los libros que le llamaban la atención. Jose, enfrascado en sus cuentas detrás del mostrador, veía, como de vez en cuando le observaba de reojo. Notaba su indecisión, y sabía que no tardaría mucho en volver a  hablarle de la función de teatro. Pero Andrés no parecía decidirse. Fue el librero, quién temeroso de que nuevamente el silencio se instalara entre ellos, sacó el tema.

- ¿Qué tal van los ensayos, Andrés?

- Bien, muy bien. ¿Ya sabes de que libro se trata?

- Pues la verdad es que no. Dame otra pista.

- No, nada de eso. Vas a tener que venir para saberlo.

Andrés se le quedó mirando con una interrogación en los ojos, pero no hubo respuesta. Estaba seguro de que le gustaba al librero, incluso de que le tenía cariño. Algo pasaba para que no quisiera ir a verle, y los ojos apenados con los que Jose le miraba, le hicieron pensar que si no iba era por algo ajeno a él. El día antes de la representación tuvo la certeza.

El viernes, la lluvia y el frío dejaron al anochecer alguna capa de hielo. Cuando Andrés cruzaba la calle al salir de la librería, su pie resbaló y cayó al suelo. Jose, que miraba a través de los cristales, le vio dar de bruces en medio de la calzada. Rápidamente cruzó el pequeño espacio, saltó por encima de pilas de libros y salió. Andrés oyó la campanilla de bronce y vio cómo el librero se frenaba en el escalón que da a la calle, mirándole con ansiedad.

- ¿Te has hecho daño? ¿Estás bien?

El chico se quedo quieto, sin hacer intención de levantarse. Jose, parado en la puerta, se colocaba la  melena detrás de las orejas, sintiéndose más desvalido que el chaval que, desde el suelo, le observaba con curiosidad. Sus ojos iban inquietos de Andrés, sentado en medio de la calzada, a la calle. Miraba a derecha e izquierda, luego dio un paso atrás y volvió la cabeza hacía el interior de la librería. Andrés se levantó por fin diciéndole que no era nada, sólo el golpe. «No te preocupes, hasta mañana» le dijo despidiéndose con la mano.

El sábado amaneció un día soleado. Pero el librero, detrás del mostrador, no sentía el calor del sol a  través de los cristales. Metido en sus pensamientos se decía que era un cobarde, iba a fallar a un chico estupendo y ni siquiera sabía muy bien porqué. Se sorprendió cuando después del sonido de la campanilla, le llegó la voz alegre de Andrés.

- Hola Jose -le saludó desde la puerta entreabierta-. Necesito que me ayudes a meter unas cosas-. Y  sin esperar respuesta volvió a salir.

Jose dudó, pero no tuvo valor para negarse y siguió a Andrés a ver de que se trataba. Cuando estaba  parado en el escalón una mano tiró de él desde su izquierda y se encontró, sin más, en medio de la calle, enfrentado a la pared. Pero no vio el muro de ladrillos rojos de siempre. Antes de poder reaccionar unas letras grandes y negras le invadieron.

Oigamos ahora, sin mover ni un ojo,
la famosa invasión de Sicilia por los osos.

Sucedió en los tiempos de Maricastaña
cuando las bestias son buenas y el hombre no engaña.
En aquellos tiempos Sicilia no era
como ahora, sino de otra manera....

El librero siguió leyendo en las resmas de papel colgadas del muro. Enseguida reconoció la obra de  Dino Buzzati, él se lo había dicho: el Rey Leoncio, el gran rey oso que conquistó Sicilia. Fue el primer libro que había recomendado a Andrés. Reía mientras sus pasos, sin darse cuenta, avanzaban por la calle y sus labios dibujaban las letras. Su amigo, que reía también a su espalda, se colocó a su lado, le cogió la mano y le fue llevando mientras leía en voz alta. El librero, pegados los ojos en los pliegos que cubrían las paredes y compartiendo la lectura, llegó a la calle Mayor, cruzó la plaza y entró con Andrés en el colegio.

Maite Encabo

 

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